jueves, 16 de septiembre de 2010

Buscando la muerte como un vagabundo



30 segundos verde.45 segundos rojo. ¿Dónde estoy? , recuerdo que emprendí hace varios días, meses o quizás años un viaje desde mi natal Buenos Aires.


Sí. No recuerdo mucho más que eso. El ruido provocado por los carros, motos y buses cala de manera directa y profunda en lo más remoto de mi cabeza, no me deja pensar, no me deja recordar. Es tarde ya, pero de manera inexplicable huele a mañana: café, cigarrillo.


30 segundos verde.45 segundos rojo. Son las 9 de la noche. ¡Váyanse todos! ¡Quiero estar solo! , que pase la noche, que llegue el silencio. Necesito una cerveza fría. Este sitio es algo raro, todos caminan rumbo a los bares, ¡vayan a casa! , ¿Por qué no me oyen? Está bien, me rindo, necesito descansar, quiero dormir pero creo que tengo hambre y ansiedad por saber algo acerca del lugar.


“Aturdido y abrumado por la duda de los celos, se ve triste en la cantina un bohemio ya sin fe”. Han pasado varias horas desde que desperté, el lugar parece ganar en silencio como perdió en luz. Por primera vez aquí me siento solo. Papá, ¿dónde te has metido? Intento llenar mi mente de recuerdos, la puta madre ¡me gusta la música de Andrés Calamaro!


Con el paso de los minutos empiezo a entender ciertas cosas. No hay tanto carro, me gusta poder respirar aire puro. Extraño los asados de mi casa. Quiero saber donde estoy parado, hacia dónde volar.


Recordar es vivir. ¡Qué linda infancia!, fueron inolvidables esos veranos en los que apenas era un pibe. Soñaba con jugar en la primera de Boca y vestirme de gloria. Sólo nosotros dos, frente a frente. La pelota mi única compañera, nunca me abandonó, siempre fuimos ella y yo. Está bien, lo acepto, soy un búho amargado. Me gusta la soledad como pocas cosas en la vida.


Empiezo a sentir el trajín tras una larga noche de recuerdos y nada más, mi presente no es muy alentador, mis alas están pesadas y el frío hace mella sobre un descolorido plumaje. Incertidumbre, esa es la palabra que me encierra y que no me deja soñar. “Hoy busco, dormir a gusto, no suena muy ambicioso pero créeme es mucho”.


Los días para mí siempre comenzaron a las 6 p.m. pero el tiempo no da tregua y por lo menos en este momento soy conciente de eso. Son las 4 de la tarde. Tímido parto de la esquina del encanto, lugar que me acogió durante toda una noche y a la que espero si todo sale bien no tener que regresar.


Las pequeñas calles se ven atestadas de buses, carros y motos. Desprevenidos transeúntes que buscan abrirse paso y que se juegan la vida en cada cruce. Mi vuelo lo hago a media altura lo que me permite tener un mejor detalle del espacio y poder observar cada casa, cada cuadra, cada calle como las líneas de una mano abierta.


Aunque parezca extraño, estoy en todos mis cabales, no dejo de observar con detenimiento cada metro que recorro. Siento miedo, ¡este lugar es de locos! Acabo de pasar un lugar llamado “La Playa”, pero no hay castillos de arena. Confirmado, ¡este lugar es de locos!


La gente mantiene su mirada pegada al piso, cada uno en lo suyo, poca comunicación y mucha prisa en los nativos de esta zona. Dicen que de día traigo mala suerte, en mi humilde opinión: pura y física mierda. Talvez por eso no me quieran ver, talvez estoy huyendo. Puras conjeturas. Tal vez llegue a casa rápido.


No doy más, acabo de pasar Perú. ¿Qué carajos es Girardot? Los colores que marcan el ritmo de la gente no cambian, un poco de verde, ¡dame más rojo! ¡Aguantá corazón! ¡Cómo te extraño Argentina!


Espero no estar delirando. Allí estás, a lo lejos te veo.

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